Donde más se compra votos es en la Costa Caribe, la región con más pobreza de Colombia.
La compra de votos y el clientilismo o intercambio de favores entre un político y los electores, son fenómenos que se presentan (sobre todo) en los países en desarrollo. Acá en Colombia tenemos un dicho: “la rosca no es mala, lo malo es no estar en ella” y el pensar así tristemente tiene que ver con una disonancia que explica claramente Salomón Kalmanovitz.
“Hay un fenómeno descrito por las ciencias sociales llamado disonancia cognitiva que consiste en que, en la consciencia de las personas, aparecen valores que son incompatibles entre sí, pero que son aceptados al mismo tiempo”, dice Kalmanovitz. En Colombia, se sabe que la compra de votos no está bien pero a la vez no se ve como un acto de corrupción.
“Los niveles de disonancia ética influyen sobre la probabilidad de aceptar regalos clientilistas o apoyar a un político clientilista (…) estos comportamientos que dificultan el desarrollo, van ligados a bajos niveles de institucionalidad y están vinculados a ambientes violentos”, analiza por su parte el doctor Cristian Picón, de la Universidad del Norte.
Cada cuatro años, la Misión de Observación Electoral (MOE) reitera que en Atlántico, Bolívar, La Guajira, Antioquia y Nariño se debe garantizar el correcto ejercicio de votación por la alta probabilidad de compra de votos, violencia electoral y fraude. Pero nada cambia.
Vender el voto no se limita a recibir 100 mil pesos: “aquella persona que decide vender el voto, al recibir el dinero se suprime la posibilidad de pensar, discutir y elegir la mejor propuesta”, dice Germán Valencia, del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia.
Mucho podríamos escribir sobre este tema, pero la última palabra la tiene cada uno de nosotros.